Educación para la sustentabilidad – ODS 2: de la nutrición al aprendizaje. Cómo la alimentación define el futuro de la educación en América Latina
Cuando escuchamos hablar del ODS 2 “Hambre Cero”, muchas personas en América Latina piensan que es un objetivo que no nos interpela del todo. “Aquí no hay hambre”, solemos decir, mirando los supermercados llenos y las mesas familiares rebosantes. Pero basta mirar un poco más de cerca para entender que el hambre tiene muchas formas, y que el exceso también puede ser una de ellas.
El ODS 2 no se trata solo de llenar estómagos. Busca garantizar el acceso a alimentos suficientes, nutritivos y sostenibles para todos, promoviendo sistemas agrícolas responsables y una nutrición que permita a las personas desarrollarse plenamente. Eso incluye combatir la malnutrición, tanto por déficit como por exceso. Es decir: el hambre, la desnutrición y la obesidad son parte de un mismo problema.
Y en nuestra región, ese problema está muy presente.
América Latina: entre la abundancia y la carencia
En las últimas décadas, América Latina ha logrado reducir el hambre extrema, pero al mismo tiempo ha visto dispararse las tasas de sobrepeso y obesidad, especialmente en niños, niñas y adolescentes. Según la FAO y la OPS, más del 60 % de los adultos latinoamericanos tiene exceso de peso, y cerca de uno de cada tres niños presenta obesidad o sobrepeso antes de los 10 años.
Paradójicamente, conviven la escasez y la abundancia. En los sectores rurales o de bajos ingresos, muchas familias aún padecen inseguridad alimentaria; en los urbanos, los productos ultraprocesados reemplazan a los alimentos frescos por su bajo costo y alta disponibilidad. Es el mismo sistema alimentario el que produce ambos extremos.
Por eso, pensar el ODS 2 en América Latina es reconocer que el reto no es solo producir más alimentos, sino cambiar la forma en que los cultivamos, distribuimos, elegimos y consumimos. Y en ese cambio, la educación tiene un papel insustituible.
🧠 Comer bien para aprender mejor
No hay aprendizaje posible con el estómago vacío, pero tampoco con un cuerpo mal nutrido. La alimentación influye de manera directa en el desarrollo cognitivo, emocional y físico de niños y jóvenes.
Diversos estudios han demostrado que una dieta desequilibrada puede afectar la memoria, la atención, la regulación emocional y el rendimiento académico. Las carencias de micronutrientes esenciales —como hierro, zinc o vitamina B— están asociadas a dificultades de concentración y mayor fatiga escolar. Por otro lado, el consumo excesivo de azúcares y grasas saturadas se vincula con irritabilidad, somnolencia y menor capacidad de autorregulación.
En palabras simples: lo que comen los estudiantes determina, en gran medida, cómo piensan, sienten y aprenden.
Detrás de cada examen, de cada clase o de cada proyecto creativo, hay un cerebro que necesita energía de calidad para funcionar. Una lonchera balanceada o una comida universitaria saludable no son detalles: son decisiones pedagógicas tanto como alimentarias.
👩👩👧👦 Familias y apoderados: educar también desde la cocina
Si el aprendizaje empieza en casa, la alimentación es su primera lección. Las familias y apoderados cumplen un rol clave, no solo en proveer alimentos, sino en transmitir una cultura alimentaria consciente.
Elegir frutas en lugar de snacks, cocinar juntos o enseñar de dónde vienen los alimentos son actos educativos. No se trata de imponer dietas estrictas, sino de formar criterio y hábitos. Cada vez que una madre, un padre o un cuidador elige una colación nutritiva para sus hijos, está invirtiendo en su capacidad de concentración, su salud mental y su rendimiento escolar.
En países donde la comida rápida se ha vuelto casi una extensión del recreo, recordar esto es urgente. La educación alimentaria debería ser parte de la educación emocional y cognitiva. Enseñar a comer bien no es un lujo, es un derecho y una responsabilidad compartida.
🏫 Escuelas y universidades: responsabilidad alimentaria institucional
Las instituciones educativas no son solo espacios de enseñanza: son ecosistemas donde se aprenden hábitos de vida. En ese sentido, lo que ocurre en los comedores, kioscos o cafeterías también educa.
Muchas veces, los menús y las ofertas disponibles dentro de los recintos priorizan precio o conveniencia antes que calidad. En los kioskos escolares, las bebidas azucaradas y snacks ultraprocesados suelen ser más accesibles que una fruta. En los casinos universitarios, los platos rápidos y económicos superan a las opciones nutritivas.
Revisar ese modelo es parte de la responsabilidad social de las instituciones educativas. Significa crear sistemas alimentarios internos más sostenibles, diversos e inclusivos.
Algunas ideas prácticas:
- Promover licitaciones que prioricen alimentos frescos y de origen local.
- Asegurar que los menús consideren opciones vegetarianas, veganas, pescetarianos, sin gluten y ojalá siempre, sin alérgenos (no olvidemos que muchas personas tienen alergias alimentarias).
- Involucrar a estudiantes y docentes en comités que revisen y propongan mejoras en la oferta alimentaria.
- Crear programas de educación nutricional integrados en asignaturas de ciencias, salud o ciudadanía.
Cuando una institución mejora sus espacios de alimentación, no solo cuida la salud de su comunidad, sino que refuerza su misión educativa y ética.
Innovación educativa para una alimentación sostenible
La buena noticia es que en la región están surgiendo iniciativas inspiradoras que combinan innovación, aprendizaje y alimentación saludable.
En Chile, varias escuelas municipales han implementado huertos escolares como parte del currículo de ciencias y medio ambiente. En México, algunas universidades promueven campañas de “lunes sin carne”, invitando a reflexionar sobre la relación entre dieta y huella ecológica. En Colombia, proyectos de agroecología universitaria conectan a estudiantes con comunidades rurales para experimentar modelos de agricultura sustentable.
Estas experiencias muestran que educar sobre alimentación no requiere grandes presupuestos, sino voluntad pedagógica y creatividad. Un huerto escolar enseña biología, trabajo en equipo, sostenibilidad y empatía. Un taller de cocina saludable puede ser tan formativo como una clase de ética.
Además, estos proyectos refuerzan la identidad cultural y alimentaria latinoamericana, recuperando ingredientes locales, tradiciones culinarias y saberes ancestrales que la globalización ha relegado.
🔬 Ciencia, innovación y política pública
El ODS 2 también interpela al mundo académico desde la investigación. Las universidades pueden aportar tecnología e innovación social para transformar los sistemas alimentarios.
La ciencia puede desarrollar alimentos funcionales más accesibles, analizar el impacto de la nutrición en el desarrollo cognitivo o generar datos abiertos sobre seguridad alimentaria. Pero igual de importante es la innovación social, que traduce esos conocimientos en acciones concretas: programas de extensión, alianzas con municipios o formación docente en nutrición educativa.
La política pública también tiene aquí un terreno fértil. Desde etiquetados más claros hasta regulaciones de publicidad infantil o incentivos a productores locales, todo suma para acercar el ODS 2 al aula.
Educar para el hambre cero: una tarea colectiva
En el fondo, este tema nos invita a cambiar una mirada cultural. No basta con enseñar a leer y escribir; hay que enseñar a alimentarse conscientemente. No se trata solo de nutrición, sino de formar ciudadanos capaces de cuidar de sí mismos, de su entorno y de los demás.
Cada lonchera, cada kiosco escolar, cada menú universitario puede ser una herramienta educativa. Y cada profesor, apoderado o estudiante puede convertirse en agente de cambio si comprende que alimentar bien también es educar.
Conclusión: el alimento como motor del aprendizaje
La educación de calidad y la nutrición son caras de una misma moneda. Sin cerebros bien nutridos, no hay pensamiento crítico ni innovación posible. Sin sistemas alimentarios sostenibles, no hay futuro que alimentar.
América Latina tiene la oportunidad —y la urgencia— de liderar un cambio cultural donde la comida vuelva a ocupar el lugar que merece: fuente de vida, conocimiento y comunidad.
El ODS 2 no es un desafío ajeno. Está en la mesa de cada familia, en el kiosco de cada escuela, en el comedor de cada universidad. Cumplirlo no solo significa erradicar el hambre, sino abrir el apetito por una educación más humana, consciente y sostenible.