Por qué aburrirse es bueno: el lado creativo del tiempo sin estímulos

¿Y si el aburrimiento no fuera un enemigo, sino un aliado para crecer, pensar y crear?
El mito del aburrimiento como algo negativo
En la cultura actual, solemos asociar el aburrimiento con pérdida de tiempo o falta de productividad. Sin embargo, investigaciones recientes y reflexiones pedagógicas sugieren lo contrario. Tal como señala Web del Maestro CMF, “El aburrimiento no siempre es negativo; puede activar la creatividad y el pensamiento reflexivo”. Lejos de ser un obstáculo, puede convertirse en una oportunidad para el desarrollo personal.
El aburrimiento en la infancia: espacio para la imaginación
Durante la niñez, los momentos sin actividades dirigidas suelen ser una puerta abierta a la imaginación. Un niño aburrido no tarda en inventar juegos, crear mundos imaginarios o transformar objetos cotidianos en herramientas de diversión. Estas experiencias espontáneas fomentan la creatividad, la capacidad de resolver problemas y la autonomía. De hecho, son estos espacios libres los que muchas veces dejan huellas más profundas en el aprendizaje infantil (a veces, incluso más que las actividades planificadas).
El aburrimiento en la adolescencia: un camino hacia la reflexión
En la adolescencia, el aburrimiento adquiere un matiz distinto. Más allá de inventar juegos, los jóvenes se enfrentan al reto de reflexionar sobre su identidad, sus emociones y su futuro. Los momentos de vacío se convierten en oportunidades para cultivar el pensamiento crítico y la introspección. Tolerar la ausencia de estímulos inmediatos puede ayudarles a manejar la frustración, ejercitar la paciencia y fortalecer su resiliencia. Es precisamente en esos silencios donde se gestan muchas de las preguntas más importantes de la vida.
El papel de padres y educadores
La presión social actual genera un fenómeno curioso: muchos padres sienten estrés por “mantener siempre entretenidos” a sus hijos e hijas. Llenan sus agendas con actividades extracurriculares, talleres y dispositivos digitales para evitar «cualquier atisbo de aburrimiento». Sin embargo, esta sobrecarga puede ser contraproducente. Padres y docentes deben aprender a valorar los momentos de inactividad como parte del proceso formativo.
- En la infancia, se trata de permitir tiempos libres, sin agenda estricta, donde los niños exploren por sí mismos.
- En la adolescencia, se recomienda promover espacios de autonomía y desconexión, ayudando a los jóvenes a convivir con el silencio y la pausa sin recurrir automáticamente a las pantallas.
Tecnología, redes sociales y la trampa del “nunca aburrirse”
Vivimos en una era de hiperconectividad. Los teléfonos y las redes sociales ofrecen estímulos constantes que reducen la tolerancia al aburrimiento. Pero ese “nunca aburrirse” puede resultar dañino: la sobreestimulación digital limita la curiosidad natural, dificulta la concentración y genera dependencia. Por ello, alternar momentos conectados con espacios de desconexión resulta vital. Pintar, caminar, escribir o simplemente contemplar son actividades que devuelven equilibrio y favorecen el pensamiento creativo.
Aburrimiento, pantallas y la discusión legislativa en Chile
Hace pocas semanas, la Comisión de Educación del Senado de Chile aprobó en general un proyecto que busca prohibir el uso de teléfonos inteligentes en colegios, desde nivel parvulario hasta sexto básico, y regular su uso en cursos superiores (Senado de Chile, 2025).
Los argumentos detrás de esta medida son claros:
- El exceso de dispositivos digitales está vinculado a estrés, ansiedad y problemas de atención en niños y adolescentes.
- Expertos advierten que el abuso de pantallas limita la curiosidad natural y la capacidad de aprendizaje.
- La iniciativa busca fomentar más interacción presencial y, en cierta medida, recuperar ese “aburrimiento productivo” tan necesario para la creatividad y la reflexión.
Este debate no se centra en rechazar la tecnología, sino en repensar su lugar en la vida escolar y equilibrarla con espacios de desconexión.
Conclusión
El aburrimiento no es un vacío que deba llenarse a toda costa, sino un terreno fértil para la creatividad, la reflexión y el crecimiento personal. Tanto en la infancia como en la adolescencia, aprender a convivir con el silencio y la pausa es esencial para formar mentes curiosas y resilientes.
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